Hace treinta años, en 1982, Bruce sorprendió a críticos y fans con un disco acústico desgarrador y austero llamado Nebraska.
Después del éxito cosechado por su anterior trabajo, el doble album The River, nadie se esperaba que su siguiente entrega fuese un disco acústico grabado casi de forma artesanal en su casa de New Jersey con una grabadora de cuatro pistas y utilizando para ello, únicamente, una guitarra, una armónica y su propia voz.
Nebraska es un disco que ha sabido envejecer y que no ha perdido, en mi modesta opinión, ni un ápice de su dureza ni de su grandeza. La valentía de Bruce al publicarlo nos demuestra, una vez más, que Springsteen hace en cada momento lo que siente sin tener en cuenta si eso va a significar o no un éxito comercial.
En 1989, la revista americana Rolling Stone hizo una lista con los mejores cien discos de la década de los 80. Nebraska aparecía en el puesto 43, lo que venía a certificar que no estaba tan equivocado, cómo algunos creían, cuando lo públicó.
Muchos artistas americanos, entre ellos Iggy Pop, la Iguana de Detroit, han manifestado públicamente que Nebraska es el mejor trabajo de Bruce.
En España, el album se publicó con portada doble, con la letra de las canciones en inglés y traducidas al español y, en definitiva, con una presentación de lujo que chocaba con la desnudez de la música que se hallaba en su interior. Yo fuí de los pocos que adquirió el disco en su momento pues no tuvo una gran acogida y apenas se vendieron unos 20.000 ejemplares en todo el pais.
Ahora, tres lustros después, es un buen momento para volver a escucharlo y redescubrir su cruda belleza.
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